El primer capítulo del Daiquiri se escribe en el año 1817. Entre las calles Obispo y O’Reilly en pleno barrio de Montserrate en la Habana Vieja, nace la Piña de la Plata, que se convertirá en uno de los más afamados “bebedores cubanos de ron”. Son años de esplendor, de bonanza económica, de ganas de ver i hacerse ver. En el Paseo del Prado reina con absoluta maestría Cecilia Valdés, cantante mulata con cuerpo de guitarra que fue el símbolo de la abolición de la esclavitud. Explican los más atrevidos que su personalidad es intacta en la formula del Daiquiri.
El segundo capítulo nos lleva al oriente cubano en el año 1896, a las playas de Daiquiri donde un ingeniero americano, buscando la formula ideal para apagar su sed y al mismo tiempo, mimar su paladar, descubre el gran secreto de las cosas sencillas y próximas: el zumo de los limones verdes criollos, el azúcar de los “ingenios” cubanos y el ron, el verdadero ciclón del Caribe. Nace así, como por casualidad, como todas las genialidades de la humanidad, el ron sour más famoso y el más internacional. Y en honor al lugar donde fue creado, Giacomo Pagliucci, capitán del ejército liberador, le dio el nombre de Daiquirí.
Este mismo segundo capítulo nos lleva también a recordar la cancháchara, bebida cubana ancestral hecha de ron y limones que el general Schafter, en el 1899 habría complementado con hielo y le habría dado el nombre de Daiquiri, lugar donde había desembarcado.
El tercer capítulo se escribe a principios del siglo XX. Tiempo de alegría, bullicio, de bonanza económica. La calle Obispo esta llena de gente que pasea, que va atareada en sus cosas. Y la Piña de la Plata, que ya es una verdadera centenaria, es el lugar donde toda esta gente va a apagar su sed. Allí sirve vermúes y whiskys y sofisticados licores. Pero sobretodo, sirve ron, el destilado por excelencia. Y sus mezclas han ido cogiendo fama. Sobretodo una, el Draque, en honor del filibustero más famoso del Caribe, Sir Francis Drake, que, seguro, ha visitado la cantina en espíritu para degustar la bebida que le hace honores.
En las fiestas para celebrar el centenario del venerado establecimiento, pasa un evento fundamental. Los propietarios deciden cambiarle el nombre. Y en alusión a los territorios americanos de la administración española que dependían de la Habana le ponen el nombre de “La Florida”, que muy pronto la gracia suave de los cubanos convierten en “El Floridita”.
Pero el Daiquiri ha de recorrer aún un trocito de las calles de la Habana para instalarse definitivamente en el lugar que tenia destinado y ser recibido, mimado y recreado por el “cantinero” que lo hará mundialmente conocido: Constantí Ribalaigua i Vert el barman Costante.
No demasiado lejos del Floridita, en el hotel Plaza, otro cantinero, este de origen español, ya sirve Daiquiris en su barra. Se trata de Emilio González, conocido como Maragato. Corre el año 1913.
1914 será el año en que llegará Constantí Ribalaigua a Cuba. Nacido en Lloret de Mar, su inquietud lo llevará a emigrar a América como tantos otros lloretenses. De estos, muchos volvieron indianos ricos, otros dejaron sus ilusiones en tierras caribeñas y algunos, entre ellos Constantí, se quedaron en Cuba, preso para siempre de la dulzura del Caribe. Y en su caso, hizo historia.
En 1918, sonriente en la puerta, podemos ver Constantí, ya convertido en Constante, nuevo propietario de El Floridita. Es espabilado y sabe que se ha de diferenciar de los demás. ¡La competencia es dura! Conoce los secretos de la barra y encuentra rápidamente la solución. Trae de los Estados Unidos la primera maquina de picar hielo que habrá en Cuba. Una Flak Mak que pondrá el acento a su creación: el Daiquiri Floridita. Pica hielo y lo guarda en una caja con aislante y agujeros por debajo para mantener el hielo seco. Y hace su trabajo, aquello que sabe hacer mejor que nadie: combinar sabores. Coge una onza y media de ron, una cucharadita de azúcar, el zumo de medio limón verde cubano y cinco gotas de Marraschino y lo sirve en una copa de boca ancha previamente helada. ¡Y se produce el milagro! Nace el Daiquiri Floridita.
El restaurante Floridita pronto fue conocido como “La Catedral del Daiquiri” y a Constantí Ribalaigua como “The Cocktail King” (el rey de los cocteleros), por haber extendido por todo el mundo la moda del Daiquiri, inventando el Daiquiri helado.
Gente de los cinco continentes pasa por la barra de Constante, el barman Constante, como lo nombraban los cubanos: Gary Cooper, Marlene Dietrich, Ava Gardner, Spencer Tracy, Jean-Paul Sartre, etc... Con una mención especial para Ernest Hemingway, gran amante de los cócteles a base de ron, que dejo un famoso recuerdo manuscrito donde se podía leer: “Mi Mojito en la Bodeguita, mi Daiquiri en la Floridita”. Hemingway también dice: “¡... esta bebida no puede ser mejor en ninguna otra parte del mundo!”. Actores, intelectuales, pintores, escritores… todo el mundo pasa por la barra de Constante. A Hemingway le hará su propia mezcla, el Daiquiri Hemingway “Papa” Special: doble de ron, sin azúcar, zumo de medio limón, gotas de zumo de pomelo y coronando la cascada de hielo picado, media cucharadita de Marraschino. ¡Salud con usted Don Ernesto!
Y aquí acaba la historia. ¿Acaba? No. Justo empieza un nuevo capítulo esta vez en el Lloret natal de Constantí Ribalaigua, el barman Constante, el barman mítico del Floridita. Porque en Lloret estamos recuperando toda esa magia, toda esa faena bien hecha que llevo el nombre del Daiquiri, de Cuba, de El Floridita y el de Constanti Ribalaigua a ser mundialmente conocidos. Y Constantí, el barman Constante era lloretense. Y ahora nos toca a nosotros procurar que esa formula genial no se malmeta y que la memoria de Constantí Ribalaigua, el Barman Costante, no caiga en el olvido.
Manel Casademont i Pagespetit
Presidente Associación de Bares y Restaurantes
de Lloret de Mar
(Fuente bibliográfica: Jaime AransenCèspedes)